martes, 8 de febrero de 2011

Mis malos humos


El hecho de no poder fumar en bares, restaurantes y discotecas entre otros es una realidad en España desde el  2 de enero de este año. La ley que prohíbe a los fumadores el disfrute de sus cigarrillos en determinados lugares ha sido muy discutida tanto por éstos como por los que no comparten el vicio.

Desde el miércoles pasado, en Nueva York, la ley antitabaco ha ido más allá; de hecho, los habitantes de la Gran Manzana ya no podrán fumar ni en parques, ni en playas. La restricción se suma a la ley que entró en vigor en marzo de 2003, que prohibía fumar en bares y restaurantes. Así que, si tenéis pensado un viaje a la metrópolis estadounidense, amigos pecadores, ya os podéis ir quitando de la cabeza el hecho de fumaros un cigarro en Central Park o en Long Beach…

Tanta prohibición, aparte de molestarme, me hace pensar en lo hipócritas que llegamos a ser las personas. En palabras de la portavoz del Ayuntamiento de Nueva York “con esta ley, todos los neoyorquinos pueden ahora respirar mejor y respirar aire limpio”, y añade “esta ley salvará vidas y hará de Nueva York una ciudad más sana” (diari Avui); y yo me pregunto, ¿sirve de algo prohibir fumar en determinados lugares si no se prohíbe, sin embargo, la circulación de vehículos que contaminan mucho más que el humo de los cigarrillos? Claro, olvidaba los grandes beneficios que conlleva el comercio del petróleo, y más para un país como EEUU, o lo que supondría cambiar del combustible fósil a la energía eléctrica, por ejemplo.

Sin embargo, seguiremos creyéndonos lo que nos digan aquellos que nos gobiernan porque, claro está, ellos son como unos “padres” para los ciudadanos y velan por nuestra salud y seguridad… Indignada, me voy pues a fumar un cigarrillo antes de que me prohíban hacerlo en la terraza de mi propia casa, pero ¡sshhhtt!, no se lo digáis a nadie.

Chiara Dal Cero

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