sábado, 10 de marzo de 2012

Moda y tendencias, la nueva obsolescencia programada

Hace unos días se presentó oficialmente el nuevo iPad. Altísima resolución, millones de aplicaciones y juegos, una cámara de 5 megapíxeles…en definitiva, un montón de cosas que no necesitamos para hacer nuestro día a día un poco más tecnológico. Aun ser el nuevo iPad – y los anteriores – objetos que prácticamente carecen de utilidad, no nos extrañará ver infinitas colas en las tiendas de Apple el día en que lo pongan a la venta.

La moda y las tendencias nos impulsan a comprar cosas que no necesitamos. Somos capaces de gastarnos la mitad de nuestro sueldo o incluso endeudarnos con tal de poseer los gadgets más novedosos, más a la moda. Lo que un día nos fue impuesto por la obsolescencia programada, hoy nos lo impone la sociedad: nos lo imponemos nosotros mismos.

Tener o no tener, esa es la cuestión.

Los economistas del siglo pasado estudiaron como hacer que la industria no dejase de crecer. Se inventaron los cárteles, grupos de empresas del mismo sector que pactaban los precios y las normas para vender un determinado producto. La teoría de juegos quedó KO. Sectores que tradicionalmente formaban parte del mercado de la competencia perfecta, pasaron a ser monopolios. No importaba la oferta y la demanda, eran los consumidores los que debían adaptarse a las normas del juego y no a la inversa. Para que un cártel funcione se necesita que todos sus miembros acepten las reglas, y que los consumidores se vean obligados a aceptarlas también. Para que esto sea posible, un cártel debe estar formado por empresas que produzcan productos de primera necesidad – como por ejemplo el petróleo –.

Por otro lado se inventó el concepto de obsolescencia programada: los productos debían romperse o dejar de funcionar en un tiempo X para que los consumidores se viesen obligados a comprar artículos nuevos, con el objetivo de no frenar la economía. Fue un buen método durante los primeros años de la revolución industrial, un freno a la sobreproducción. Pero no se tardó en ver que las consecuencias de un consumo tan desenfrenado eran desastrosas. La producción de residuos creció geométricamente, y quienes tuvieron que hacerse cargo de lo que los países del primer mundo ya no querían fueron los países subdesarrollados. A día de hoy, países como Ghana aún padecen las consecuencias de un consumo tan irresponsable, teniendo en su territorio toneladas de residuos provenientes del norte del planeta.

¿El consumo nos consume a nosotros o los consume a ellos?


Diversos intelectuales se han posicionado a favor de la teoría de decrecimiento. Se trata de una corriente de pensamiento favorable a la disminución de la producción con la finalidad de no influir tan negativamente en el medio ambiente. A diferencia del liberalismo económico, que defiende el consumo como el principal método para lograr la abundancia, la teoría del decrecimiento se basa en consumir menos para vivir mejor, en dejar de lado todo aquello prescindible.

Serge Latouche, ideólogo de la teoría de decrecimiento.

Si bien la teoría de decrecimiento parece totalmente lógica, gran parte de la sociedad actual no está preparada para asumirla. Nos hemos acostumbrado a vivir con smartphones, reproductores de música, televisores planos; a usar cinco tipos diferentes de jabón en cada ducha y a irnos de compras, como mínimo, una vez al mes. Todo nos conduce a pensar que los recursos que nos ofrece nuestro planeta no tardarán en agotarse. Pero aún queda la confianza en la autorregulación del mercado. Cabe tener en cuenta que en cuanto un producto se esté agotando, los precios de éste aumentarán y como consecuencia las compras disminuirán: ley de la oferta y la demanda. La ley natural del mercado nos conducirá a utilizar energías renovables, a reciclar los materiales.

El marketing siempre ha tenido como función seducir al consumidor. Hoy en día este concepto se asocia a la creación de necesidades. La publicidad y todos los métodos de comunicación persuasiva nos hacen desear cosas que no necesitamos. La compra-venta de productos no cesa, la producción no se para. La economía funciona. No necesitamos un iPad, pero lo queremos. 


Chiara Dal Cero

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