jueves, 31 de marzo de 2011

Made in The Strokes

Una vuelta a los orígenes ha sido quizá el mejor antídoto para los jóvenes neoyorkinos. Muchos son los que, intentado crear un estilo propio o simplemente coqueteando con otros géneros, han derrapado en la curva y han terminado estampándose. Aún así el nuevo disco de la banda encabezada por Julian Casablancas no ha causado demasiada sensación, sino todo lo contrario. Sí, es cierto, en este 2011 nos hemos creado demasiadas expectativas,  Radiohead, R.E.M. y compañía no nos han cautivado ni de lejos, pero para que engañarnos, Angles suena muy pero que muy bien.

La crítica musical se alimenta a base de “The Strokes ya no tiene vida, han pasado demasiado tiempo separados”. Estos muchachos que revolucionaron en 2001 el panorama musical, siguen siendo los mismos, aquellos que levantaron a la gente con su indie-rock brillante y adictivo, y por ello siguen estando en la cabeza de la carrera. Pese a todo, una cosa está clara, los años pasan para todos, y el público siempre pedirá más. Desde que hace una década, Julian, Nick, Albert, Nikolai y Fabrizio comenzaron a hacer ruido, ha llovido mucho, y no a gusto de todos. En 10 años no ha surgido ni una sola banda capaz de hacer sombra al revuelo que montaron estos “colegas”, y por ello como mínimo hay que darles un voto de confianza.

Sus guitarras estilo retro, sus melodías juveniles y la seductora voz de Casablancas, hacen de Angles un disco fresco y pegadizo. Under cover of darkness hace que The Strokes se convierta en un grupo irresistible. El frenético sonido de guitarra encabezado por Albert Hammond Jr y Nick Valensi, le dan una fuerza que despierta a cualquier muerto, recordándonos a temazos como Someday, You only live once o Last nite. No hay que olvidar otros temas como Gratisfaction -me recuerda especialmente al Queen más animado-, Machu picchu o Taken for a fool, que mezclando el electrizante sonido de los sintetizadores y el más puro estilo alternativo convierten a este disco en un menú que gusta y mucho. Han tenido que pasar cinco largos e interminables años pero, en mi opinión, han valido mucho la pena. ¡Larga vida a los Strokes!




Nacho Amela

miércoles, 30 de marzo de 2011

El planeta azul que prendió fuego


Hay dos cosas por excelencia que mueven el ser humano: el miedo a la muerte y el dinero. Podría añadir el amor, pero prefiero ser un poco cínica y hablar sólo de las dos primeras. La situación de la humanidad ahora, en el siglo XXI, es bastante desmoralizadora. No nos ponemos de acuerdo en nada y parece que una nube de apatía nos haya rodeado a todos. Nadie se moviliza, el “si yo lo hago pero los demás no, no cambiará nada” es la excusa perfecta para cualquier ocasión. Y así es como nuestro planeta se va pudriendo, poco a poco, pero cada vez más rápido. Se necesitan tragedias como la de Japón para que la gente abra los ojos. Pero no debemos ilusionarnos, esta  toma de conciencia sólo durará unos meses, hasta que la noticia deje de aparecer en los medios y todos se olviden de ella.

El licenciado en económicas e historia contemporánea, Manuel Ludevid, nos explica cuál es la situación actual de nuestro planeta y algunas soluciones posibles para mejorarla. Antes de empezar, es necesario precisar qué es lo que sabemos. Sabemos que el clima cambia, que la acción del hombre tiene alguna cosa que ver con ello y que este proceso tiene riesgo de aumento en el tiempo. Lo que no se sabe es cuánto la mano del hombre influencia el medio ni hasta dónde podemos llegar. ¿Cuál es el punto de no retorno? Existen opiniones muy contrapuestas al respecto y esto hace que las personas no se decidan a actuar de alguna manera.

Como es evidente se han propuesto diversas alternativas para afrontar el problema, pero ninguna de éstas se ha arraigado lo suficiente en la sociedad. La inacción, el no hacer nada, es el modelo que siguen más personas.

El rol del periodista

Los medios de comunicación son una herramienta clave para hacer llegar los mensajes ambientalistas a la gente, la cuestión es que el poder de los mass media va más allá de sólo proporcionar información sobre los hechos del mundo, también contribuye en modular actitudes y conductas.  

Actualmente las cosas suceden muy deprisa, y el tema del calentamiento global aún es bastante desconocido. Esto provoca que todos aprendamos a la vez. Científicos, periodistas y ciudadanos reciben un flujo de noticias continuado y han de saber seleccionar las adecuadas.

El papel que pueda tener el periodista dentro de todo este lío es complicado. No hay nada claro, cuesta diferenciar las fuentes, qué es verdadero y qué es falso. Además, el nivel de abstracción del tema influye en que la gente no se conciencie. En palabras de Ludevid: “Los humanos somos más analógicos que lógicos.  Funcionamos por comparación”, y en el caso del calentamiento global no tenemos ningún punto de referencia.

Como profesionales de la comunicación, los periodistas deben ser conscientes de la responsabilidad social que tienen sobre todo en temas tan controvertidos como este. Por otro lado, la sociedad tendría que dejar de actuar de una manera tan infantil y comprender que no somos eternos y que, a veces, renunciar a alguna cosa significa el poder ganar otra.

Chiara Dal Cero

martes, 22 de marzo de 2011

Otra más del montón



El hecho de que al final de la película se pueda leer la fatídica frase “basado en hechos reales” no cambia mi indiferencia frente la nueva de Mikael Hafstrom.

El Rito cuenta la historia de Michael Kovak (Colin O'Donoghue) que se mete a cura porque en su casa no está a gusto. En un momento en el que se arrepiente de su decisión (siendo políticamente correctos, debería decir que sufre una pérdida de fe) lo mandan al Vaticano a que reflexione. Ahí conoce al Padre Lucas (Anthony Hopkins), un exorcista, y asiste a varias prácticas y ritos realizados por éste. Finalmente acaba siendo el propio Michael el que se ve obligado a ejercer como exorcista.

La película no me ha gustado por dos razones: pese a que podría haber llegado a ser terrorífica no lo es (y no quiero parecer una tía dura, reconozco asustarme viendo Cuarto Milenio). La trama no es en ningún momento intrigante y el filme no te hace tener pesadillas por la noche. Por otro lado, encuentro que el final es muy pero que muy flojo. Ningún salto inesperado, ningún susto final…nada. La historia en sí parece prometedora en un principio, pero acaba defraudando. Hopkins se vuelve a equivocar a la hora de escoger sus papeles para acabar interpretando a un personaje tedioso, que no suscita ningún interés.

No sé si el género de terror es el más difícil en cine pero, desde luego, es difícil encontrar películas que realmente den miedo. Sin embargo, no me importa mucho, como he mencionado más arriba a mí estas cosas me dan mucho canguelo y no suelo entretenerme con este tipo de contenidos a menos que la compañía merezca realmente la pena.

Chiara Dal Cero

miércoles, 2 de marzo de 2011

En saco roto

Tras cuatro años sin novedades de los de Oxford, el día de los enamorados nos iba a traer un regalo tanto a solteros como a afortunados –o no tan afortunados-: Radiohead saca nuevo disco, King of the limbs. Nadie esperaba la noticia, fue el “boom” del panorama musical, y ellos lo sabían. Anunciaron que su nuevo trabajo podría descargarse desde su página web a partir del pasado 19 de febrero por un “módico” precio, siete euros. Conscientes del revuelo que esto supondría, anunciaron también que 10 días después ya podría adquirirse en tiendas su Newspaper Album (una especie de paquete de entre 36 y 39 euros que contiene: dos vinilos, un disco compacto, 625 ilustraciones e incluso un álbum firmado, que le tocará por sorteo a dos afortunados). Desde luego tontos no fueron, ya que en aquellos días su web era un hervidero de compradores.

Pero sin haberse cumplido si quiera dos semanas de su estreno, King of the limbs es el foco de todas las críticas del gremio musical. Está claro que nadie exigía que la banda británica hiciese un trabajo equiparable al de Ok computer o The bends, pero con su nuevo disco, la crítica está que trina. ‘’Radiohead ya no hacen buenos discos” o “A Radiohead hace tiempo que le interesa más hacer música que canciones” suponen el monotema en diarios y revistas. Y no les falta razón. El nuevo trabajo de Thom Yorke y compañía es un auténtico “rollazo”. Las ocho canciones de su octavo disco parecen representar la falta de ideas y el comienzo de una estrepitosa caída. Ni si quiera el single se salva; sus cinco minutos de duración y su monotemática melodía lo hacen espeso, y el “bailoteo” que se pega Thom Yorke en el videoclip no deja indiferente a absolutamente  nadie. Ha sido el objetivo de todas las mofas y bromas posibles por parte de cadenas televisivas y propios internautas, que ven  su baile más propio de un circo que de un videoclip. En fin, tan fugaz fue el anuncio de su estreno como su certificado de defunción… Si ya lo decía Yorke: “but I’m a Creep…”.


Y aquí os dejo el show de Thom.



Nacho Amela

martes, 22 de febrero de 2011

Para no parar de bailar

El otro día, en una conocida discoteca de Barcelona, escuché una canción que hizo que mi esqueleto tomase vida propia a la vez que una extraña energía positiva me invadía. Se trataba de Something Good Can Work de la banda norirlandesa Two Door Cinema Club. El grupo, encabezado por el pelirrojo Alex Trimble, sacó el pasado 2010 su álbum de debut Tourist History, un disco lleno de temas bailables y divertidos, que va desde el pop hasta la electrónica. No se trata de ninguna novedad ni de ninguna obra maestra pero, escuchar diez canciones seguidas –algunas de las cuales no llegan a los tres minutos– y que sean todas tan alegres, nunca está de más.

Mi preferida es I Can Talk. Espero que os guste.



Chiara Dal Cero

martes, 8 de febrero de 2011

Un paseo por el parque

Hace ya muchos años que trabajo en esto, concretamente 21. Siempre paseando por las mismas calles, viendo las mismas caras, respirando el mismo aire… Por mucho que le ponga empeño jamás consigo entender que hago aquí y cuál es mi función. Desempeño mi labor con las mismas ganas que el primer día, siempre a mi hora, con el uniforme bien puesto y el depósito lleno. Pero, ¿de qué me sirve todo esto?, los únicos frutos que he recogido de esta “laboriosa” tarea son más canas y vecinos cansados que me cuelgan el telefonillo con ímpetu.

Ocho de la mañana, oficina de Correos de Barcelona, aquí comienza mi jornada. Me pongo el casco, me siento en mi moto amarilla y me adentro entre las callejuelas de la ciudad condal para que todos los felices vecinos reciban su correo en sus preciosos y maravillosos buzones. Nadie, absolutamente nadie tiene en cuenta a un cartero. En la carretera somos un parásito de dos ruedas que sólo hace que incordiar a los carísimos y supersónicos coches de los abogados, médicos y empresarios. Después de sortear vehículos y sobrevivir a la jauría urbana, llegas a tu destino, el primer portal de la primera calle del día. Llamas a media docena de telefonillos y sólo contesta uno –cierto es que a esas horas la gente está trabajando-.

-¿Sí?
-¡Buenos días, el cartero!
-No, gracias, no queremos publicidad.

Esta frase pasa de ser una incómoda contestación al monotema del día, pero no queda otra que seguir repartiendo las dichosas cartas. Mientras deambulo de portal en portal veo a mucha gente, demasiada. Por las mañanas, los parques están “invadidos” por ancianos que se pasan el día hablando entre ellos y con un maloliente habano en la boca. Quién fuese uno de ellos… sin preocupaciones, sin tener que cumplir con nadie, cobrando sin trabajar. En fin, me consuelo con que algún día me llegará el momento de disfrutar de esa vida.

Los rutinarios días se avivan cuando no sólo tengo que enfrentarme a la voz del vecino, sino que también tengo que llamar a su puerta y ver que espécimen se esconde tras ella. El motivo de estas incómodas visitas es la entrega de paquetes o cosas realmente importantes, como multas. En mi mente está grabada la calle del hombre de las innumerables sanciones: ”Calderón de la Barca nº 12 Bajo 2ª”. Es un tipo realmente estúpido, maleducado e inculto. Cuando llego y llamo a su puerta, tarda aproximadamente un minuto en abrir –dichosa espera-, y cuando me ve, ya sabe lo que le voy a entregar. Siempre carga su ira contra mí, responsabilizándome de la multa, como si yo tuviese algo que ver con su sanción. En numerosas ocasiones intento convencerle de que yo soy sólo un “mandao”, y que no tengo nada que ver con el Ministerio de Justicia, pero “el imbécil” –como yo le llamo-, no puede distinguir entre Correos y Ministerio, y continúa increpándome. Pero ayer lunes, se agotó mi paciencia. ¡Toc Toc!, y tras el minuto de espera, abre la puerta descamisado.

-Hola señor Vidal, le traigo una carta del Ministerio de Justicia.
-¡Otra vez tú, joder! ¡Ya te dije la semana pasada que si era para traerme estas mierdas no quería volver a verte por aquí!- contestó él a gritos.
-Lo sé señor Vidal, pero este es mi trabajo, y si no vengo a entregarle esto yo no como.
-¿A eso lo llamas tú un trabajo? ¿Repartir cartas de buzón en buzón? ¡Búscate uno honrado! ¡Y deja de jodernos la vida a todos!

Tras escuchar esa frase me di la vuelta y me fui. No sabría explicar exactamente lo que sentía en ese momento, pero algo dentro de mí parecía florecer, como si fuese a explotar. Rumiando las palabras exactas que habían salido de esa repugnante boca, cogí la moto y me fui hacia casa, ya que siempre dejo la entrega de paquetes como última tarea de mi jornada laboral. Cuando llegué a mi solitario hogar me puse el pijama, me tomé mis pastillas de fenobarbital –tengo problemas de insomnio- y me acosté aún pensando en ese incómodo episodio.

A la mañana siguiente, me levanté con buen pie. Decidí que ese día no iba a ir a trabajar, y me daba exactamente igual que la gente se quedase sin cartas, porque yo ya no era el mismo hombre de ayer, era un hombre nuevo. Cuando el reloj marcó las diez de la mañana bajé al parque de enfrente de casa y me puse a pasear. Como de costumbre, casi todos los bancos estaban ocupados por los elocuentes ancianos, que permanecían pacientes como si estuviesen esperando a que les llegase su hora.

Desde aquella tarde no he vuelto a levantarme para seguir con mi trabajo. Día tras día me levantaba a la misma hora, y hacía exactamente lo mismo, paseaba por los parques, viendo a los ancianos y pensando en el porqué de todo. No podía parar de pensar en todos los años que habían pasado, siempre haciendo lo mismo, siempre trabajando sin recibir nada a cambio, y tuvo que ser el estúpido Señor Vidal quien de verdad me abriera los ojos.

Y ayer, tras dos semanas de mi primera ausencia laboral, mientras estaba desayunando, alguien llamó a mi puerta. Era un cartero, joven y aseado.

-Esta carta es para usted, señor- dijo muy educadamente.
-¡Oh! Muchas gracias por el recado. Hasta luego.

Mientras abría la carta me quedé pensando en lo feliz que parecía aquel chico -seguro que eran sus primeros días de trabajo-, pero cuando vi que el remitente correspondía con el director de la oficina de Correos me temía que ya conocía el contenido de la carta. “Como Jefe de Personal de la Oficina de Correos de Barcelona y conforme con […] vengo a comunicarle la decisión de esta entidad de rescindir su contrato”. La verdad, no pensé en si era una buena o mala noticia, en esos momentos no me importaba nada, solo sentía una extraña sensación...

Y un día después de recibir esta “inesperada” noticia aquí estoy, sentado en mi sofá, solo, sin trabajo, sin mujer e hijos, sin vecinos groseros, y con unas 24 pastillas de fenobarbital en el estómago, como un anciano en el parque que espera a que le llegue su hora…



Nacho Amela

Mis malos humos


El hecho de no poder fumar en bares, restaurantes y discotecas entre otros es una realidad en España desde el  2 de enero de este año. La ley que prohíbe a los fumadores el disfrute de sus cigarrillos en determinados lugares ha sido muy discutida tanto por éstos como por los que no comparten el vicio.

Desde el miércoles pasado, en Nueva York, la ley antitabaco ha ido más allá; de hecho, los habitantes de la Gran Manzana ya no podrán fumar ni en parques, ni en playas. La restricción se suma a la ley que entró en vigor en marzo de 2003, que prohibía fumar en bares y restaurantes. Así que, si tenéis pensado un viaje a la metrópolis estadounidense, amigos pecadores, ya os podéis ir quitando de la cabeza el hecho de fumaros un cigarro en Central Park o en Long Beach…

Tanta prohibición, aparte de molestarme, me hace pensar en lo hipócritas que llegamos a ser las personas. En palabras de la portavoz del Ayuntamiento de Nueva York “con esta ley, todos los neoyorquinos pueden ahora respirar mejor y respirar aire limpio”, y añade “esta ley salvará vidas y hará de Nueva York una ciudad más sana” (diari Avui); y yo me pregunto, ¿sirve de algo prohibir fumar en determinados lugares si no se prohíbe, sin embargo, la circulación de vehículos que contaminan mucho más que el humo de los cigarrillos? Claro, olvidaba los grandes beneficios que conlleva el comercio del petróleo, y más para un país como EEUU, o lo que supondría cambiar del combustible fósil a la energía eléctrica, por ejemplo.

Sin embargo, seguiremos creyéndonos lo que nos digan aquellos que nos gobiernan porque, claro está, ellos son como unos “padres” para los ciudadanos y velan por nuestra salud y seguridad… Indignada, me voy pues a fumar un cigarrillo antes de que me prohíban hacerlo en la terraza de mi propia casa, pero ¡sshhhtt!, no se lo digáis a nadie.

Chiara Dal Cero